Ana Martos, psicóloga, autora del libro ""¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico"
14.10.2003 enviar artículo imprimir página
Qué es la violencia psicológica
La violencia psicológica no es una forma de conducta, sino un conjunto heterogéneo de comportamientos, en todos los cuales se produce una forma de agresión psicológica.
En todos los casos, es una conducta que causa un perjuicio a la víctima.
Puede ser intencionada o no intencionada. Es decir, el agresor puede tener conciencia de que está haciendo daño a su víctima o no tenerla. Eso es desde el punto de vista psicológico. Desde el punto de vista jurídico, tiene que existir la intención del agresor de dañar a su víctima.
La amenaza se distingue de la agresión, pero la amenaza es una forma de agresión psicológica. Cuando la amenaza es dañina o destructiva directamente, entra dentro del campo de la conducta criminal, la que está penada por la ley.
La violencia psicológica implica una coerción, aunque no haya uso de la fuerza física. La coacción psicológica es una forma de violencia.
La violencia psicológica es un anuncio de la violencia física. Peor, muchas veces, que la violencia física. Porque el anuncio es la amenaza suspendida sobre la cabeza de la víctima, que no sabe qué clase de violencia va a recibir.
La violencia psicológica no actúa como la violencia física.
La violencia física produce un traumatismo, una lesión u otro daño y lo produce inmediatamente. La violencia psicológica, vaya o no acompañada de violencia física, actúa en el tiempo. Es un daño que se va acentuando y consolidando en el tiempo. Cuanto más tiempo persista, mayor y más sólido será el daño.
Además, no se puede hablar de maltrato psicológico mientras no se mantenga durante un plazo de tiempo. Un insulto puntual, un desdén, una palabra o una mirada ofensivas, comprometedoras o culpabilizadoras son un ataque psicológico, pero no lo que entendemos por maltrato psicológico.
Para que el maltrato psicológico se produzca, es preciso, por tanto, tiempo. Tiempo en el que el verdugo asedie, maltrate o manipule a su víctima y llegue a producirle la lesión psicológica. Esa lesión, sea cual sea su manifestación, es debida al desgaste. La violencia, el maltrato, el acoso, la manipulación producen un desgaste en la víctima que la deja incapacitada para defenderse.
La violencia psicológica tiene mil caras. Algunas son obvias, otras, prácticamente imposibles de determinar como tales. Pero todas las formas de maltrato y acoso psicológico dejan su secuela. Por sus características, pueden agruparse en tres grandes categorías:
El maltrato psicológico.
Tiene dos facetas que pueden llamarse maltrato pasivo y maltrato activo.
El maltrato pasivo es la falta de atención hacia la víctima, cuando ésta depende del agresor, como sucede con los niños, los ancianos y los discapacitados o cualquier situación de dependencia de la víctima respecto al agresor.
Hay una forma importante de maltrato pasivo, que es el abandono emocional. Ancianos, menores o discapacitados abandonados por sus familias en instituciones que cuidan de ellos, pero que jamás reciben una visita, una llamada o una caricia.
Víctimas de abandono emocional son los niños que no reciben afecto o atención de sus padres, los niños que no tienen cabida en las vidas de los adultos y cuyas expresiones emocionales de risa o llanto no reciben respuesta. Son formas de maltrato no reconocido.
El maltrato activo es un trato degradante continuado que ataca a la dignidad de la persona. Los malos tratos emocionales son los más difíciles de detectar, porque la víctima muchas veces no llega a tomar conciencia de que lo es. Otras veces toma conciencia, pero no se atreve o no puede defenderse y no llega a comunicar su situación o a pedir ayuda.
El acoso psicológico.
Es una forma de violencia que se ejerce sobre una persona, con una estrategia, una metodología y un objetivo, para conseguir el derrumbamiento y la destrucción moral de la víctima. Acosar psicológicamente a una persona es perseguirla con críticas, amenazas, injurias, calumnias y acciones que pongan cerco a la actividad de esa persona, de forma que socaven su seguridad, su autoafirmación y su autoestima e introduzcan en su mente malestar, preocupación, angustia, inseguridad, duda y culpabilidad.
Para poder hablar de acoso tiene que haber un continuo y una estrategia de violencia psicológica encaminados a lograr que la víctima caiga en un estado de desesperación, malestar, desorientación y depresión, para que abandone el ejercicio de un derecho. Hay que poner de relieve que una de las estrategias del acosador es hacer que la víctima se crea culpable de la situación y, por supuesto, que así lo crean todos los posibles testigos.
La segunda condición imprescindible para que se produzca el acoso moral es la complicidad implícita o el consentimiento del resto del grupo, que, o bien colaboran, o bien son testigos silenciosos de la injusticia, pero callan por temor a represalias, por satisfacción íntima o simplemente por egoísmo: "mientras no me toque a mí".
En muchas ocasiones, la víctima apenas tiene conciencia de que lo es y ni siquiera es capaz de verbalizar lo que está sucediendo. Solamente percibe una sensación desagradable, insuficiente para ella como para calificar el caso de acoso.
El acoso psicológico tiene dos formas según la relación víctima-verdugo:
Acoso vertical. El acosador se halla en una posición de poder superior a la de su víctima, ya se trate de poder social, económico, laboral, jerárquico, etc. Se trata de una situación en la que el acosador es superior al acosado, como un jefe, un patrono, un profesor, un mando del ejército, etc..
Acoso horizontal. El acosador se halla en la misma posición de poder que su víctima y se trata de acoso entre iguales. Es una situación en que el acosador se vale de su fuerza física o moral para hostigar a otra persona de su mismo nivel jerárquico o social, con la aquiescencia del entorno, como el matón del barrio, un compañero del colegio o del trabajo, etc.
El acoso escolar se diferencia del acoso en el trabajo, llamado mobbing, en lo siguiente:
El acoso escolar consiste en intimidar a un compañero de clase. Es una forma de acoso entre iguales. El matón intimida y atemoriza a la luz del día, haciendo alarde ostentoso de su fuerza, su poder o su autoridad de chulo. Su objetivo es ése, demostrar que puede más que nadie y que puede destruir a quien le caiga mal o a quien decida acobardar arbitrariamente. La víctima puede ser cualquiera, generalmente alguien débil.
El acoso laboral consiste en desgastar a la víctima para que se autoelimine. Es una forma de acoso vertical, de arriba abajo. El agresor actúa con mayor maldad y es más artero que el matón, porque se mueve en la sombra, con disimulo, y con el objetivo de eliminar a una víctima que no es cualquiera, sino alguien elegido con atención, porque estorba a sus planes, le hace sombra o, de alguna manera, perturba su quehacer. Su acción es, por tanto, mucho más premeditada y cruel que la del matón, que solamente busca liderazgo.
La intimidación se da en estas condiciones:
Que exista una víctima indefensa que reciba la violencia del matón, en una relación de poder y fuerza de arriba abajo, es decir, que el agresor tenga más fuerza física o mando, aunque se trate de compañeros de clase.
Que se produzca de forma repetida y durante un período de tiempo, como mínimo, de un mes.
Que la agresión sea verbal, física o psicológica.
Pueden existir también amenazas y chantajes.
Es necesario entender de que el acoso escolar no son simples "peleas entre chavales" o situaciones que han de resolver entre ellos. El acoso entre escolares puede provocar el suicidio del niño que lo padece. Cuando menos, el acoso escolar es una situación grave para todos, de la que es preciso tomar conciencia, defender a la víctima y cambiar la conducta del agresor.
Ya sabemos que siempre surgen problemas, que todos hemos de hacernos un lugar en la sociedad a base de discusiones, tropezones, zancadillas y luchas y que el colegio no es más que un reflejo de la sociedad, pero el acoso escolar no es cuestión de discusiones, tropezones y zancadillas, sino de una situación de abuso continuado con el visto bueno (o la vista gorda) de personas que podrían remediarlo o, al menos, denunciarlo.
Es importante no confundir los problemas a que todo menor o mayor ha de enfrentarse durante su acceso y su permanencia en la sociedad con el acoso escolar. Ni hay que llevar a los tribunales los casos de peleas, discusiones, tropezones o zancadillas, ni hay que dejar pasar los casos de acoso escolar como "cosas de críos". Aunque se trate de chavales, de igual a igual, de entorno escolar, sigue siendo acoso y sigue siendo un ataque a la dignidad y a la integridad moral de la persona. Y los menores tienen derechos a respetar y a hacer respetar.
El acoso afectivo
Dentro del acoso psicológico, hay que hablar del acoso afectivo, que es una conducta de dependencia en la que el acosador depende emocionalmente de su víctima hasta el punto de hacerle la vida imposible. El acosador devora el tiempo de su víctima o bien la devora con sus manifestaciones continuas y exageradas de afecto y sus demandas de afecto.
En cualquiera de los casos, el acosar le roba a su víctima la intimidad, la tranquilidad y el tiempo para realizar sus tareas o para llevar a cabo sus actividades, porque el acosador la interrumpe constantemente con sus demandas y, apenas la deja respirar entre petición y petición, pero siempre con mimos, con arrumacos y con caricias inoportunos y agobiantes.
Si la víctima rechaza someterse a esta forma de acoso, el verdugo se queja, llora, se desespera, implora, amenaza con retirarle su afecto o con "cometer una tontería", llegando incluso a intentos de suicidio y a explosiones realmente espectaculares que justifica diciendo que todo lo hace por cariño. Esto supone añadir el chantaje afectivo a la estrategia de acoso.
La manipulación mental
Esta forma de violencia supone el desconocimiento del valor de la víctima como ser humano, en lo que concierne a su libertad, a su autonomía, a su derecho a tomar decisiones propias acerca de su propia vida y de sus propios valores. La manipulación mental puede comprender el chantaje afectivo.
En la manipulación se da una relación asimétrica entre dos o más personas. Es asimétrica porque una da y la otra recibe, una gana y la otra pierde. Las tácticas de manipulación incluyen amenazas y críticas, que generan miedo, la culpa o vergüenza encaminados a movilizar a la víctima en la dirección que desea el manipulador.
La agresión insospechada
La agresión insospechada es una forma de violencia psicológica tan sutil y elaborada que se disimula y oculta entre las fibras del tejido social. La agresión insospechada es la que muchos agresores ejercen disfrazándola de protección, de atención, de buenas intenciones y de buenos deseos.
Una forma de agresión insospechada es la que ejercen las personas sobreprotectoras sobre sus protegidos. Les rodean de atenciones, de mimos y de cuidados, pero no les permiten desarrollarse como personas autónomas, no les permiten ejercer su derecho a la libertad, no les permiten escapar del entorno artificial que han fabricado para ellas. Todo lo hace el protector por el bien de su protegido, eliminando de su camino el menor escollo, para librarle de todas las desazones de la vida. Y el protegido no llega a crecer ni a independizarse nunca. Y el día que el protector falte o no pueda seguirle protegiendo, su integridad valdrá bien poco.
Otra forma de agresión insospechada es la que ejercemos sobre nuestros mayores, cuando creemos que les mostramos amor y consideración dándoles tareas para "que se sientan útiles", como si no se hubieran ya ganado el derecho a dejar de ser útiles. Muchas personas agobian a sus mayores con demandas de ayuda, sin tener en cuenta que los mayores ya se han jubilado de esas tareas y tienen derecho a vivir sin trabajar. Muchos jóvenes tienen a sus padres como canguros continuos, privándoles del derecho de salir con sus amigos, de viajar a su gusto o de sentarse a no hacer nada, que bien se lo han ganado.
Muchos jóvenes llevan a sus mayores a vivir con ellos para que no estén solos y los convierten en chica para todo, privándoles de libertad, de descanso y, muchas veces, de lugar de residencia, pues muchos ancianos viven una temporada con cada hijo, con lo cual carecen de referencia y de vivienda fija. Los convierten en nómadas y en sirvientes sin paga. Y la sociedad se hace lenguas de lo que esos hijos quieren a sus padres, mientras que otros los "meten" en una residencia.
Otra forma de agresión insospechada que todos practicamos alguna vez son los consejos. Los consejos tienen a veces un matiz de amenaza y otras veces son una forma de acoso contra la persona que se empeña en no dejarse aconsejar.
Hay mucha gente que necesita dar su visto bueno a las acciones de los demás, ofrecer su consejo sapientísimo o, por el contrario, oponer su veto a los proyectos de los demás. Hay gente que se permite dar su beneplácito a que otros sean homosexuales, a que otros se enamoren a la vejez, a que otros no sean creyentes o a que otros realicen actividades poco comunes. Hay gente que se permite aconsejar lo que hay que hacer en una u otra situación y hasta previene el desastre si no se siguen sus recomendaciones. Hay gente que se opone con todas sus fuerzas a que otros hagan algo que ni les va ni les viene, pero en lo que ellos no pueden dejar de intervenir.
Las secuelas de la violencia psicológica
La violencia psicológica es más difícil de demostrar que la violencia física, porque las huellas que quedan en el psiquismo no son visibles para el profano. Además, en los casos de violencia psicológica, el maltratador suele manipular a su víctima para que llegue a creer que todo son exageraciones suyas que tiene la culpa de lo que sucede. Lo mismo suele hacer con su entorno, de manera que todo el mundo opine que es un excelente cónyuge, compañero o amigo y que la otra persona se queja por quejarse. En el supuesto de que se queje.
El maltrato psicológico, por sutil e insospechado que sea, siempre deja secuelas. Existen casos en que la agresión es tan sutil y sofisticada que parece casi imposible detectarla. Pero deja marcas indelebles en el organismo de la víctima. En su cuerpo o en su psiquismo, porque el cuerpo y el psiquismo interactúan y forman una unidad psicosomática.
Las secuelas de los malos tratos psíquicos provocan, según distintos estudios, el desarrollo de personalidades adictivas, psicóticas o violentas. Si un niño maltratado desarrolla una personalidad de maltratador, es más que probable que a su vez engendre hijos que también serán maltratados y, de adultos, maltratadores, por lo que el patrón de conducta agresiva se va repitiendo hasta que alguna circunstancia favorable rompa la cadena.
Detectar la violencia psicológica
La violencia psicológica se ha de detectar desde tres perspectivas:
La violencia que padecemos nosotros mismos como víctimas.
La violencia que padecen otras personas como víctimas.
La violencia que podemos ejercer nosotros mismos como verdugos.
Cuando somos la víctima
Desde la posición de víctima, a veces es difícil detectar el padecimiento de violencia psicológica, porque en estas situaciones a menudo desarrollamos mecanismos psicológicos que ocultan la realidad cuando resulta excesivamente desagradable.
Nuestros mecanismos de defensa tienen la finalidad de preservarnos de la angustia y el hecho de aceptar que somos víctimas de una situación reiterada de maltrato psicológico, probablemente por parte de una persona a quien estimamos, supone una enorme carga de angustia que no es fácil digerir.
Por eso nuestro psiquismo nos ofrece todos esos psicodinamismos, para que echemos mano de ellos y nos defendamos de la angustia, negando la situación en que nos encontramos. Así aprendemos a negar y a intelectualizar la violencia de la que somos víctimas. Buscamos justificación para la actitud del agresor, para la actitud de quienes admiten o colaboran con su violencia y buscamos casos similares en nuestro entorno para comparar el nuestro y llegar a la conclusión de que no es una situación anómala, sino común y corriente e, incluso, de que hay situaciones muchísimo peores que la nuestra.
Otras veces recurrimos a un mecanismo mucho más nocivo que la negación o la intelectualización. Y otras veces recurrimos a culparnos de lo que sucedes y buscamos en nuestras actitudes pasadas y presentes el motivo del maltrato. Recorremos una a una nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras acciones y nuestros resultados, para localizar la causa de la violencia que, según entendemos, hemos provocado.
Si esto te sucede, ya tienes un indicio clarísimo de que eres una víctima de la violencia psicológica.
Si das vueltas a situaciones incomprensibles que te producen padecimiento o malestar, intentando averiguar el porqué, no tengas duda de que eres una víctima de la violencia psicológica.
Si sufres en silencio una situación dolorosa y esperas que las cosas se solucionen por sí mismas, que tu verdugo o verdugos depongan espontáneamente su actitud, que alguien acuda en tu ayuda porque se dé cuenta de tu situación, no te quepa ninguna duda de que eres una víctima de la violencia psicológica.
Si te sorprendes a ti mismo haciendo algo que no quieres hacer o que va contra tus principios o que te repugna, considera que eres víctima de manipulación mental, que es una forma de violencia psicológica.
Si te sorprendes haciendo algo que no quieres y te sientes incapaz de negarte a hacerlo, intelectualizando y justificando de mil maneras tu sometimiento, no lo dudes, eres una víctima de la violencia psicológica.
Si haces cosas que no quieres y no puedes evitar hacerlas porque entrarías en pánico, porque te aterra negarte o porque algo te conduce a hacerlo, sabe que eres una víctima de manipulación mental.
Si has llegado a la conclusión de que la situación dolorosa que sufres no tiene solución porque te lo mereces, porque te lo has buscado, porque las cosas son así y no se pueden cambiar, porque no se puede hacer nada, porque es irremediable, no lo dudes ni un solo instante, eres una víctima de la violencia psicológica.
Y si te sientes mal frente a una persona, si te produce malestar, inseguridad, miedo, emociones intensas injustificadas, un apego o un afecto que no tiene justificación, una ternura que se contradice con la realidad de esa persona, si te sientes poca cosa, inútil, indefenso o tonto delante de esa persona, ya has identificado a tu agresor.
Ahora que lo sabes, sabe también que tienes que actuar. Y que no estas solo. Que has dado los primeros pasos al tomar conciencia de tu situación y al identificar la agresión de que eres objeto y la persona del agresor o agresores. Que el siguiente paso es pedir ayuda.
Cuando la víctima es otra persona
Detectar la violencia psicológica que sufre otra persona es más fácil generalmente que detectarla cuando tú eres la víctima, porque desde fuera, las cosas se ven con mucha más claridad. Pero, muchas veces, la violencia psicológica es transparente y solamente la siente la víctima sin que la situación trascienda.
Ése es muchas veces el caso de los niños o de los ancianos. De las personas más débiles que sufren violencia psicológica por parte de alguien de quien dependen y a quien no se atreven a delatar por temor a empeorar la situación.
Ése es muchas veces el caso de personas que han aprendido a no defenderse y a aceptar la situación como algo no solamente normal, sino deseable. La víctima aprende a no defenderse cuando sabe positivamente que no tiene defensa.
Que, haga lo que haga, va a recibir un castigo. Y que, haga lo que haga, nadie la va a defender. Así, la persona maltratada desarrolla una sensación de continuo fracaso y, sobre todo, de impotencia, que la lleva a una actitud de pasividad, a dejar de reaccionar o controlar lo que sucede. Y así aprende a no hacer nada frente a lo que ocurre.
Desde fuera, parece una postura de indolencia, de pasividad o de indiferencia. Una especie de apatía o de sometimiento. Pero hay un deterioro íntimo y secreto que va erosionando su personalidad.
Otra causa de la indefensión aprendida es la esperanza mágica de que las cosas se van a solucionar por sí mismas, de que algo va a suceder para que el agresor deje de agredir. Es un mecanismo de la víctima de la violencia, física o psicológica, que la exime de la responsabilidad de buscar una solución para algo que aparentemente no la tiene.
Una vez convencida de que su caso no tiene solución, la persona víctima del maltrato, del acoso o de la manipulación psicológica desarrolla mecanismos de defensa para adaptarse a la situación. Entre ellos está el síndrome de renuncia del prisionero, en que la víctima renuncia a sus propios pensamientos, ideas y deseos, para someterse absolutamente a las exigencias de su agresor. Es una especie de autómata que solamente vive para plegarse a los deseos de su captor.
Todo ello es un método, inconsciente y mecánico, de supervivencia, como lo es el síndrome de Estocolmo, que se presenta cuando la víctima percibe una amenaza para su supervivencia física o psicológica, está convencida de que el agresor va a cumplir esa amenaza y se siente incapaz de escapar, pero percibe un atisbo de amabilidad por parte de su agresor y eso la hace volcarse hacia él como hacia su única fuente de supervivencia.
Podemos detectar la violencia psicológica en estos casos, porque existen varios indicadores. La víctima se comporta de la forma siguiente:
Mantiene una relación con su agresor, al que agradece intensamente sus pequeñas amabilidades.
Niega que haya violencia contra ella y, si la admite, la justifica.
Niega que sienta ira o malestar hacia el agresor.
Está siempre dispuesta para tener contento al agresor. intentando averiguar lo que piensa y desea. Así llega a identificarse con él.
Cree que las personas que desean ayudarla están equivocadas y que su agresor tiene la razón.
Siente que el agresor la protege.
Le resulta difícil abandonar al agresor aún después de tener el camino libre.
Tiene miedo a que el agresor regrese por ella aun cuando esté muerto o en la cárcel.
Otro mecanismo de defensa que la víctima puede desarrollar para sobrevivir es el que se llama identificación con el agresor. Este mecanismo se produce en tres etapas:
Sometimiento mental al agresor. Ese sometimiento permite a la víctima averiguar lo que su agresor está pensando en cada momento.
Adivinar los deseos del agresor. Esto permite a la víctima anticiparse a lo que su agresor va a hacer para tratar de ponerse a salvo.
Actuar para salvarse. Ponerse a salvo significa complacer al agresor, no aumentar su ira, sino tratar de aplacarla con esa sumisión que reduce a la víctima a nada para convertirla en parte del agresor.
Pero la identificación con el agresor va más allá de quitarse de en medio, porque lo que trata la víctima es de seducir a su agresor para desarmarle. El niño maltratado desarrolla una sensibilidad y una inteligencia especiales que le permitan evaluar su entorno y sobrevivir. Trata de conocer al agresor "desde dentro", para apaciguarle y desarmarle.
Es posible, incluso, que la víctima llegue a sentir lo que el agresor quiere que sienta o que llegue a sentir lo que siente el mismo agresor y eso incluye hacerse tan sensible a las emociones del verdugo que llegue a sentirlos como propios. Este proceso llega a convertir el miedo en adoración. Es el mecanismo propio de ideologías como el movimiento nazi.
Finalmente, hay que tener en cuenta un mecanismo neurológico que todos tenemos y que se llama habituación. La habituación consiste en que el sistema nervioso deja de responder a un estímulo cuando éste se produce continuamente. Cuando vemos por primera vez una escena de guerra en la televisión, nos produce malestar y angustia.
Pero cuando la misma escena o escenas similares se repiten una y otra vez, deja de producirnos malestar porque nuestro mecanismo de habituación funciona y nuestro cerebro deja de responder.
Este mecanismo desempeña un papel muy importante en la violencia psicológica, porque la víctima llega a aceptar su situación como algo totalmente normal y la incorpora a su vida como una faceta más. El niño que crece en un entorno de malos tratos, palabrotas y violencia, los acepta como otros aceptan un entorno en el que los domingos se come paella en el campo o se visita a los abuelos. Es un hábito.
Las situaciones familiares, sociales, laborales, en que se produce la agresión insospechada pasan de largo para los observadores, porque son tan sutiles o tan habituales que no llaman la atención. En cuanto a la persona que las sufre, ni siquiera llega a considerarse una víctima, sino que se acostumbra a esa situación como a algo normal. Tal sucede, por ejemplo, con las amas de casa que trabajan, además, fuera. Toda la familia entiende que la madre es responsable de la ropa de los demás, de la limpieza de la casa, de la compra, de la comida y de mil detalles. Y lo toman como algo natural, empezando por la propia ama de casa, que sacrifica todos los momentos de su vida para satisfacer las demandas y exigencias de su familia. Los demás se arrogan el derecho a increparla, a exigirle y a verla afanarse sin descanso dentro y fuera del hogar. Es una situación clara de violencia psicológica de género de la que casi nadie toma conciencia.
Concienciar a la víctima
Una vez que se ha detectado un caso de violencia psicológica, lo primero que hay que hacer es concienciar a la víctima para que llegue a darse cuenta de que su situación no es normal ni tiene la culpa ni se lo ha buscado.
De alguna manera, la verdad suele hacerse camino por entre las barreras que levantan los mecanismos de defensa y la víctima puede llegar a asumir su situación siempre y cuando se le asegure que su supervivencia no corre peligro. Los psicodinamismos que la víctima desarrolla para negar su situación tienen el objetivo de proteger su supervivencia y librarla de la angustia.
Por tanto, la única forma de que la víctima llegue a tomar conciencia de lo que le está sucediendo y acepte que su verdugo la está maltratando y que ella se está sometiendo por terror y no por amor o necesidad, es garantizarle de alguna manera que su situación tiene remedio y que la toma de conciencia es el primer paso hacia la liberación. Y que ésta es factible. Porque después de la toma de conciencia, viene el segundo paso que es la identificación del agresor y de la agresión. Y luego el tercero que es la búsqueda de ayuda profesional, tanto psicológica como jurídica. La primera le devolverá la fortaleza que ha perdido y la conducirá de nuevo a la realidad y la segunda la ayudará a denunciar su situación y a defenderse de su agresor.
Un método importante para ayudar a la víctima a tomar conciencia es realizar la segunda lectura del mensaje de la agresión. La agresión es una conducta y, por tanto, ha de tener una finalidad. Si analizamos la conducta de quien agrede, podemos encontrar en ella un mensaje más o menos claro.
Si aprendemos a localizar el mensaje que el agresor quiere comunicar, nos resultará más fácil entenderle y, por tanto, defendernos. El manipulador está recibiendo un beneficio a costa del sometimiento de su víctima, el maltratador está satisfaciendo su necesidad de mostrarse fuerte a costa de la debilidad de su víctima, el acosador está siguiendo una estrategia para que su víctima se anule a sí misma y desaparezca de su camino.
Cuando las víctimas son niños, ancianos o discapacitados
Detectar la violencia psicológica que sufren los niños y los ancianos es bastante más complicado porque suelen ocultarlo por temor a represalias o bien no tienen capacidad de expresión para explicar lo que les sucede.
Pero, en las personas dependientes, como los niños, los discapacitados y los ancianos, la violencia psicológica deja síntomas específicos. Si el maltrato consiste en negligencia, es decir, falta de atención a las necesidades de la víctima, los síntomas pueden ser desnutrición, deshidratación o falta de higiene; si el maltrato consiste en amenazas, burlas o humillaciones, los síntomas son llanto, insomnio, confusión, pasividad o agitación extrema, huida del contacto visual, temor y ansiedad.
Cuando los niños o los ancianos se quejan de los malos tratos que reciben en una institución, siempre hay que investigar. A veces, tanto los unos como los otros se quejan de que no les dan de comer, de que no les quieren o de que les humillan, únicamente para llamar la atención y culpabilizar a los familiares que les han recluido en esa institución.
Hay niños que se quejan de que los tratan mal en el colegio, para que los padres se arrepientan de llevarlos al colegio y los devuelvan al hogar. Hay ancianos que se quejan de que en la residencia no les dan de comer o les dan porquerías, para que su familia se sienta culpable y los lleven a casa, cuando realmente están mucho mejor atendidos que en sus domicilios.
No debemos perder de vista que muchas personas mayores sufren alteraciones de la percepción y pueden entender que les están tratando mal cuando no es así. No es difícil escuchar quejas de ancianos respecto a la comida, cuando no es más que una forma de llamar la atención. Otros se quejan de que no les hacen caso aunque estén bien atendidos, porque lo que pretenden es una atención continua y constante. No olvidemos que muchos ancianos regresan a comportamientos infantiles y eso, muchas veces, determina el que no se haga caso de sus quejas.
Por ello, siempre hay que investigar y, muchas veces, aunque la institución insista en que "son cosas de niños" o "son cosas de viejos", es necesario investigar porque puede ser que el niño o el anciano estén recibiendo malos tratos psicológicos sutiles y difíciles de detectar, y que los responsables del colegio o de la residencia no conozcan la situación.
Conviene saber que el maltratador siempre se defiende haciéndose a su vez la víctima, siempre pone al cielo por testigo de su inocencia y siempre niega lo que está haciendo. Por eso es imprescindible investigar cuando exista la menor sospecha de malos tratos.
Señales claras de maltrato a las que hay que prestar atención, son las siguientes:
Cuando un anciano o un discapacitado verbaliza que está recibiendo malos tratos. Siempre hay que investigar.
Cuando el cuidador del anciano o del discapacitado no permite que se quede a solas con otra persona. Es una forma de aislarle y de impedir que se queje, que pida ayuda o que denuncie su situación y eso puede suceder aunque el cuidador sea un familiar.
Cuando hay sospechas de maltrato, es preciso hacer lo siguiente:
Mantener el contacto con la persona mayor o discapacitada y observar si se aprecian cambios en su comportamiento o en su estado físico.
Denunciar los malos tratos, teniendo siempre en cuenta que existe la posibilidad de que el agresor tome represalias contra la vícticma. También hay que tener en cuenta que un anciano maltratado por alguien de su familia o intimidad no siempre es consciente ni está dispuesto a admitir que esa persona, con quien le unen lazos afectivos, le esté agrediendo psicológicamente.
Hemos mencionado antes el acoso escolar, en el que un cabecilla o incluso un profesor hostigan y maltratan a la víctima que suele se un niño distinto, bien por ser más débil, más listo, más gordo o por cualquier característica que le hace víctima de los otros. El problema es que los niños no lo comunican a su familia por vergüenza y por temor.
No resulta fácil averiguar la existencia de un caso de intimidación, porque la víctima normalmente lo oculta por vergüenza, pero sí hay una sintomatología clara. Cuando un niño o un adolescente rehúsa asistir al colegio o ir al polideportivo o al centro social en que se reúne habitualmente, sin existir motivo aparente alguno, conviene indagar. Si los padres insisten, en lugar de declararlo, finge enfermedades y busca subterfugios. Declararlo es cosa de cobardes, de "niñas" o de "mariquitas".
Pero, aunque las víctimas del acoso escolar suelen sufrir en silencio, hay casi siempre alguna manifestación del malestar en forma de rechazo a ir a la escuela, de cambio en los hábitos alimenticios, insomnio o pesadillas. Lo mejor es que los padres traten de mantener una relación de intimidad y confianza con sus hijos, porque los niños suelen contarlo en primer lugar a sus compañeros, luego a los padres y después a los profesores.
Si hay evidencia de que se esté produciendo un caso de acoso escolar, se aconseja separar, en primer lugar, a la víctima del agresor y, después, trabajar con todas las partes, con un trabajo en grupo y un tratamiento. Pero lo más importante es concienciar a los demás para que no se tolere esta conducta. Si se es padre del agresor hay que ponerse a favor de la víctima. Hay que animar a los espectadores para que no toleren que se repita la situación.
En todo caso, cuando se produce una situación de acoso escolar, hay que saber que existen instituciones encargadas de investigar y ayudar a encontrar una solución.
Está, en primer lugar, el psicólogo o gabinete de apoyo psicológico del colegio; después, el consejo escolar; hay un tutor responsable del estudiante y hay una dirección del colegio.
Cuando el verdugo somos nosotros mismos
Detectar la violencia psicológica que ejercemos nosotros mismos de forma inconsciente no es tarea fácil, precisamente porque la ejercemos sin tomar conciencia de ello.
Pero sí hay forma de saberlo, sobre todo después de leer las líneas anteriores, porque todo cuanto hemos dicho acerca de los signos que detectan el maltrato en la víctima, se puede aplicar a nuestras propias acciones y ver si existen personas de nuestro entorno a las que, sin darnos cuenta, estemos manipulando o agrediendo. No vamos a hablar de acoso porque es siempre consciente y dirigido a una meta también consciente.
La mejor forma de dilucidar si nos estamos comportando con alguien como maltratadores es utilizar toda nuestra capacidad de empatía y toda nuestra humildad, ponernos en el lugar de las personas que nos rodean, cuando exista la menor sospecha de un posible maltrato, y sentir lo que nosostros sentiríamos si nos hicieran lo que nosotros estamos haciendo.
Así podemos ponernos en el lugar de nuestros hijos, de nuestros mayores, de nuestros compañeros o de nuestros familiares y analizar nuestra conducta frente a ellos.
¿Cómo te sentaría que tus padres te dejaran los fines de semana al cuidado de alguien mientras ellos se divertían en una excursión o salían a cenar fuera? ¿Cómo te tomarías los consejos que no has solicitado sobre un asunto que sólo a ti atañe? ¿Qué te parecería si alguien te diera su visto bueno para que pienses como piensas? ¿Te gustaría que tu pareja te dijera cómo tienes que vestirte, que peinarte o que comportarte? ¿Y que te hiciera callar en público cuando tratas de dar tu opinión?
Hay una larga lista de preguntas que podemos plantearnos. A veces somos conscientes de la hostilidad que sentimos hacia una persona, pero no del maltrato que le estamos infligiendo. Sentir hostilidad, rabia, envidia o rencor contra otros es casi siempre irremediable, porque las emociones no se someten al raciocinio. Lo que sí se puede someter al control de la razón son nuestras acciones.
http://mobbingopinion.bpweb.net/artman/publish/article_682.shtml
Ana Martos Rubio
Psicóloga
La violencia psicológica no es una forma de conducta, sino un conjunto heterogéneo de comportamientos, en todos los cuales se produce una forma de agresión psicológica.
En todos los casos, es una conducta que causa un perjuicio a la víctima.
Puede ser intencionada o no intencionada. Es decir, el agresor puede tener conciencia de que está haciendo daño a su víctima o no tenerla. Eso es desde el punto de vista psicológico. Desde el punto de vista jurídico, tiene que existir la intención del agresor de dañar a su víctima.
La amenaza se distingue de la agresión, pero la amenaza es una forma de agresión psicológica. Cuando la amenaza es dañina o destructiva directamente, entra dentro del campo de la conducta criminal, la que está penada por la ley.
La violencia psicológica implica una coerción, aunque no haya uso de la fuerza física. La coacción psicológica es una forma de violencia.
La violencia psicológica es un anuncio de la violencia física. Peor, muchas veces, que la violencia física. Porque el anuncio es la amenaza suspendida sobre la cabeza de la víctima, que no sabe qué clase de violencia va a recibir.
La violencia psicológica no actúa como la violencia física.
La violencia física produce un traumatismo, una lesión u otro daño y lo produce inmediatamente. La violencia psicológica, vaya o no acompañada de violencia física, actúa en el tiempo. Es un daño que se va acentuando y consolidando en el tiempo. Cuanto más tiempo persista, mayor y más sólido será el daño.
Además, no se puede hablar de maltrato psicológico mientras no se mantenga durante un plazo de tiempo. Un insulto puntual, un desdén, una palabra o una mirada ofensivas, comprometedoras o culpabilizadoras son un ataque psicológico, pero no lo que entendemos por maltrato psicológico.
Para que el maltrato psicológico se produzca, es preciso, por tanto, tiempo. Tiempo en el que el verdugo asedie, maltrate o manipule a su víctima y llegue a producirle la lesión psicológica. Esa lesión, sea cual sea su manifestación, es debida al desgaste. La violencia, el maltrato, el acoso, la manipulación producen un desgaste en la víctima que la deja incapacitada para defenderse.
La violencia psicológica tiene mil caras. Algunas son obvias, otras, prácticamente imposibles de determinar como tales. Pero todas las formas de maltrato y acoso psicológico dejan su secuela. Por sus características, pueden agruparse en tres grandes categorías:
El maltrato psicológico.
Tiene dos facetas que pueden llamarse maltrato pasivo y maltrato activo.
El maltrato pasivo es la falta de atención hacia la víctima, cuando ésta depende del agresor, como sucede con los niños, los ancianos y los discapacitados o cualquier situación de dependencia de la víctima respecto al agresor.
Hay una forma importante de maltrato pasivo, que es el abandono emocional. Ancianos, menores o discapacitados abandonados por sus familias en instituciones que cuidan de ellos, pero que jamás reciben una visita, una llamada o una caricia.
Víctimas de abandono emocional son los niños que no reciben afecto o atención de sus padres, los niños que no tienen cabida en las vidas de los adultos y cuyas expresiones emocionales de risa o llanto no reciben respuesta. Son formas de maltrato no reconocido.
El maltrato activo es un trato degradante continuado que ataca a la dignidad de la persona. Los malos tratos emocionales son los más difíciles de detectar, porque la víctima muchas veces no llega a tomar conciencia de que lo es. Otras veces toma conciencia, pero no se atreve o no puede defenderse y no llega a comunicar su situación o a pedir ayuda.
El acoso psicológico.
Es una forma de violencia que se ejerce sobre una persona, con una estrategia, una metodología y un objetivo, para conseguir el derrumbamiento y la destrucción moral de la víctima. Acosar psicológicamente a una persona es perseguirla con críticas, amenazas, injurias, calumnias y acciones que pongan cerco a la actividad de esa persona, de forma que socaven su seguridad, su autoafirmación y su autoestima e introduzcan en su mente malestar, preocupación, angustia, inseguridad, duda y culpabilidad.
Para poder hablar de acoso tiene que haber un continuo y una estrategia de violencia psicológica encaminados a lograr que la víctima caiga en un estado de desesperación, malestar, desorientación y depresión, para que abandone el ejercicio de un derecho. Hay que poner de relieve que una de las estrategias del acosador es hacer que la víctima se crea culpable de la situación y, por supuesto, que así lo crean todos los posibles testigos.
La segunda condición imprescindible para que se produzca el acoso moral es la complicidad implícita o el consentimiento del resto del grupo, que, o bien colaboran, o bien son testigos silenciosos de la injusticia, pero callan por temor a represalias, por satisfacción íntima o simplemente por egoísmo: "mientras no me toque a mí".
En muchas ocasiones, la víctima apenas tiene conciencia de que lo es y ni siquiera es capaz de verbalizar lo que está sucediendo. Solamente percibe una sensación desagradable, insuficiente para ella como para calificar el caso de acoso.
El acoso psicológico tiene dos formas según la relación víctima-verdugo:
Acoso vertical. El acosador se halla en una posición de poder superior a la de su víctima, ya se trate de poder social, económico, laboral, jerárquico, etc. Se trata de una situación en la que el acosador es superior al acosado, como un jefe, un patrono, un profesor, un mando del ejército, etc..
Acoso horizontal. El acosador se halla en la misma posición de poder que su víctima y se trata de acoso entre iguales. Es una situación en que el acosador se vale de su fuerza física o moral para hostigar a otra persona de su mismo nivel jerárquico o social, con la aquiescencia del entorno, como el matón del barrio, un compañero del colegio o del trabajo, etc.
El acoso escolar se diferencia del acoso en el trabajo, llamado mobbing, en lo siguiente:
El acoso escolar consiste en intimidar a un compañero de clase. Es una forma de acoso entre iguales. El matón intimida y atemoriza a la luz del día, haciendo alarde ostentoso de su fuerza, su poder o su autoridad de chulo. Su objetivo es ése, demostrar que puede más que nadie y que puede destruir a quien le caiga mal o a quien decida acobardar arbitrariamente. La víctima puede ser cualquiera, generalmente alguien débil.
El acoso laboral consiste en desgastar a la víctima para que se autoelimine. Es una forma de acoso vertical, de arriba abajo. El agresor actúa con mayor maldad y es más artero que el matón, porque se mueve en la sombra, con disimulo, y con el objetivo de eliminar a una víctima que no es cualquiera, sino alguien elegido con atención, porque estorba a sus planes, le hace sombra o, de alguna manera, perturba su quehacer. Su acción es, por tanto, mucho más premeditada y cruel que la del matón, que solamente busca liderazgo.
La intimidación se da en estas condiciones:
Que exista una víctima indefensa que reciba la violencia del matón, en una relación de poder y fuerza de arriba abajo, es decir, que el agresor tenga más fuerza física o mando, aunque se trate de compañeros de clase.
Que se produzca de forma repetida y durante un período de tiempo, como mínimo, de un mes.
Que la agresión sea verbal, física o psicológica.
Pueden existir también amenazas y chantajes.
Es necesario entender de que el acoso escolar no son simples "peleas entre chavales" o situaciones que han de resolver entre ellos. El acoso entre escolares puede provocar el suicidio del niño que lo padece. Cuando menos, el acoso escolar es una situación grave para todos, de la que es preciso tomar conciencia, defender a la víctima y cambiar la conducta del agresor.
Ya sabemos que siempre surgen problemas, que todos hemos de hacernos un lugar en la sociedad a base de discusiones, tropezones, zancadillas y luchas y que el colegio no es más que un reflejo de la sociedad, pero el acoso escolar no es cuestión de discusiones, tropezones y zancadillas, sino de una situación de abuso continuado con el visto bueno (o la vista gorda) de personas que podrían remediarlo o, al menos, denunciarlo.
Es importante no confundir los problemas a que todo menor o mayor ha de enfrentarse durante su acceso y su permanencia en la sociedad con el acoso escolar. Ni hay que llevar a los tribunales los casos de peleas, discusiones, tropezones o zancadillas, ni hay que dejar pasar los casos de acoso escolar como "cosas de críos". Aunque se trate de chavales, de igual a igual, de entorno escolar, sigue siendo acoso y sigue siendo un ataque a la dignidad y a la integridad moral de la persona. Y los menores tienen derechos a respetar y a hacer respetar.
El acoso afectivo
Dentro del acoso psicológico, hay que hablar del acoso afectivo, que es una conducta de dependencia en la que el acosador depende emocionalmente de su víctima hasta el punto de hacerle la vida imposible. El acosador devora el tiempo de su víctima o bien la devora con sus manifestaciones continuas y exageradas de afecto y sus demandas de afecto.
En cualquiera de los casos, el acosar le roba a su víctima la intimidad, la tranquilidad y el tiempo para realizar sus tareas o para llevar a cabo sus actividades, porque el acosador la interrumpe constantemente con sus demandas y, apenas la deja respirar entre petición y petición, pero siempre con mimos, con arrumacos y con caricias inoportunos y agobiantes.
Si la víctima rechaza someterse a esta forma de acoso, el verdugo se queja, llora, se desespera, implora, amenaza con retirarle su afecto o con "cometer una tontería", llegando incluso a intentos de suicidio y a explosiones realmente espectaculares que justifica diciendo que todo lo hace por cariño. Esto supone añadir el chantaje afectivo a la estrategia de acoso.
La manipulación mental
Esta forma de violencia supone el desconocimiento del valor de la víctima como ser humano, en lo que concierne a su libertad, a su autonomía, a su derecho a tomar decisiones propias acerca de su propia vida y de sus propios valores. La manipulación mental puede comprender el chantaje afectivo.
En la manipulación se da una relación asimétrica entre dos o más personas. Es asimétrica porque una da y la otra recibe, una gana y la otra pierde. Las tácticas de manipulación incluyen amenazas y críticas, que generan miedo, la culpa o vergüenza encaminados a movilizar a la víctima en la dirección que desea el manipulador.
La agresión insospechada
La agresión insospechada es una forma de violencia psicológica tan sutil y elaborada que se disimula y oculta entre las fibras del tejido social. La agresión insospechada es la que muchos agresores ejercen disfrazándola de protección, de atención, de buenas intenciones y de buenos deseos.
Una forma de agresión insospechada es la que ejercen las personas sobreprotectoras sobre sus protegidos. Les rodean de atenciones, de mimos y de cuidados, pero no les permiten desarrollarse como personas autónomas, no les permiten ejercer su derecho a la libertad, no les permiten escapar del entorno artificial que han fabricado para ellas. Todo lo hace el protector por el bien de su protegido, eliminando de su camino el menor escollo, para librarle de todas las desazones de la vida. Y el protegido no llega a crecer ni a independizarse nunca. Y el día que el protector falte o no pueda seguirle protegiendo, su integridad valdrá bien poco.
Otra forma de agresión insospechada es la que ejercemos sobre nuestros mayores, cuando creemos que les mostramos amor y consideración dándoles tareas para "que se sientan útiles", como si no se hubieran ya ganado el derecho a dejar de ser útiles. Muchas personas agobian a sus mayores con demandas de ayuda, sin tener en cuenta que los mayores ya se han jubilado de esas tareas y tienen derecho a vivir sin trabajar. Muchos jóvenes tienen a sus padres como canguros continuos, privándoles del derecho de salir con sus amigos, de viajar a su gusto o de sentarse a no hacer nada, que bien se lo han ganado.
Muchos jóvenes llevan a sus mayores a vivir con ellos para que no estén solos y los convierten en chica para todo, privándoles de libertad, de descanso y, muchas veces, de lugar de residencia, pues muchos ancianos viven una temporada con cada hijo, con lo cual carecen de referencia y de vivienda fija. Los convierten en nómadas y en sirvientes sin paga. Y la sociedad se hace lenguas de lo que esos hijos quieren a sus padres, mientras que otros los "meten" en una residencia.
Otra forma de agresión insospechada que todos practicamos alguna vez son los consejos. Los consejos tienen a veces un matiz de amenaza y otras veces son una forma de acoso contra la persona que se empeña en no dejarse aconsejar.
Hay mucha gente que necesita dar su visto bueno a las acciones de los demás, ofrecer su consejo sapientísimo o, por el contrario, oponer su veto a los proyectos de los demás. Hay gente que se permite dar su beneplácito a que otros sean homosexuales, a que otros se enamoren a la vejez, a que otros no sean creyentes o a que otros realicen actividades poco comunes. Hay gente que se permite aconsejar lo que hay que hacer en una u otra situación y hasta previene el desastre si no se siguen sus recomendaciones. Hay gente que se opone con todas sus fuerzas a que otros hagan algo que ni les va ni les viene, pero en lo que ellos no pueden dejar de intervenir.
Las secuelas de la violencia psicológica
La violencia psicológica es más difícil de demostrar que la violencia física, porque las huellas que quedan en el psiquismo no son visibles para el profano. Además, en los casos de violencia psicológica, el maltratador suele manipular a su víctima para que llegue a creer que todo son exageraciones suyas que tiene la culpa de lo que sucede. Lo mismo suele hacer con su entorno, de manera que todo el mundo opine que es un excelente cónyuge, compañero o amigo y que la otra persona se queja por quejarse. En el supuesto de que se queje.
El maltrato psicológico, por sutil e insospechado que sea, siempre deja secuelas. Existen casos en que la agresión es tan sutil y sofisticada que parece casi imposible detectarla. Pero deja marcas indelebles en el organismo de la víctima. En su cuerpo o en su psiquismo, porque el cuerpo y el psiquismo interactúan y forman una unidad psicosomática.
Las secuelas de los malos tratos psíquicos provocan, según distintos estudios, el desarrollo de personalidades adictivas, psicóticas o violentas. Si un niño maltratado desarrolla una personalidad de maltratador, es más que probable que a su vez engendre hijos que también serán maltratados y, de adultos, maltratadores, por lo que el patrón de conducta agresiva se va repitiendo hasta que alguna circunstancia favorable rompa la cadena.
Detectar la violencia psicológica
La violencia psicológica se ha de detectar desde tres perspectivas:
La violencia que padecemos nosotros mismos como víctimas.
La violencia que padecen otras personas como víctimas.
La violencia que podemos ejercer nosotros mismos como verdugos.
Cuando somos la víctima
Desde la posición de víctima, a veces es difícil detectar el padecimiento de violencia psicológica, porque en estas situaciones a menudo desarrollamos mecanismos psicológicos que ocultan la realidad cuando resulta excesivamente desagradable.
Nuestros mecanismos de defensa tienen la finalidad de preservarnos de la angustia y el hecho de aceptar que somos víctimas de una situación reiterada de maltrato psicológico, probablemente por parte de una persona a quien estimamos, supone una enorme carga de angustia que no es fácil digerir.
Por eso nuestro psiquismo nos ofrece todos esos psicodinamismos, para que echemos mano de ellos y nos defendamos de la angustia, negando la situación en que nos encontramos. Así aprendemos a negar y a intelectualizar la violencia de la que somos víctimas. Buscamos justificación para la actitud del agresor, para la actitud de quienes admiten o colaboran con su violencia y buscamos casos similares en nuestro entorno para comparar el nuestro y llegar a la conclusión de que no es una situación anómala, sino común y corriente e, incluso, de que hay situaciones muchísimo peores que la nuestra.
Otras veces recurrimos a un mecanismo mucho más nocivo que la negación o la intelectualización. Y otras veces recurrimos a culparnos de lo que sucedes y buscamos en nuestras actitudes pasadas y presentes el motivo del maltrato. Recorremos una a una nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras acciones y nuestros resultados, para localizar la causa de la violencia que, según entendemos, hemos provocado.
Si esto te sucede, ya tienes un indicio clarísimo de que eres una víctima de la violencia psicológica.
Si das vueltas a situaciones incomprensibles que te producen padecimiento o malestar, intentando averiguar el porqué, no tengas duda de que eres una víctima de la violencia psicológica.
Si sufres en silencio una situación dolorosa y esperas que las cosas se solucionen por sí mismas, que tu verdugo o verdugos depongan espontáneamente su actitud, que alguien acuda en tu ayuda porque se dé cuenta de tu situación, no te quepa ninguna duda de que eres una víctima de la violencia psicológica.
Si te sorprendes a ti mismo haciendo algo que no quieres hacer o que va contra tus principios o que te repugna, considera que eres víctima de manipulación mental, que es una forma de violencia psicológica.
Si te sorprendes haciendo algo que no quieres y te sientes incapaz de negarte a hacerlo, intelectualizando y justificando de mil maneras tu sometimiento, no lo dudes, eres una víctima de la violencia psicológica.
Si haces cosas que no quieres y no puedes evitar hacerlas porque entrarías en pánico, porque te aterra negarte o porque algo te conduce a hacerlo, sabe que eres una víctima de manipulación mental.
Si has llegado a la conclusión de que la situación dolorosa que sufres no tiene solución porque te lo mereces, porque te lo has buscado, porque las cosas son así y no se pueden cambiar, porque no se puede hacer nada, porque es irremediable, no lo dudes ni un solo instante, eres una víctima de la violencia psicológica.
Y si te sientes mal frente a una persona, si te produce malestar, inseguridad, miedo, emociones intensas injustificadas, un apego o un afecto que no tiene justificación, una ternura que se contradice con la realidad de esa persona, si te sientes poca cosa, inútil, indefenso o tonto delante de esa persona, ya has identificado a tu agresor.
Ahora que lo sabes, sabe también que tienes que actuar. Y que no estas solo. Que has dado los primeros pasos al tomar conciencia de tu situación y al identificar la agresión de que eres objeto y la persona del agresor o agresores. Que el siguiente paso es pedir ayuda.
Cuando la víctima es otra persona
Detectar la violencia psicológica que sufre otra persona es más fácil generalmente que detectarla cuando tú eres la víctima, porque desde fuera, las cosas se ven con mucha más claridad. Pero, muchas veces, la violencia psicológica es transparente y solamente la siente la víctima sin que la situación trascienda.
Ése es muchas veces el caso de los niños o de los ancianos. De las personas más débiles que sufren violencia psicológica por parte de alguien de quien dependen y a quien no se atreven a delatar por temor a empeorar la situación.
Ése es muchas veces el caso de personas que han aprendido a no defenderse y a aceptar la situación como algo no solamente normal, sino deseable. La víctima aprende a no defenderse cuando sabe positivamente que no tiene defensa.
Que, haga lo que haga, va a recibir un castigo. Y que, haga lo que haga, nadie la va a defender. Así, la persona maltratada desarrolla una sensación de continuo fracaso y, sobre todo, de impotencia, que la lleva a una actitud de pasividad, a dejar de reaccionar o controlar lo que sucede. Y así aprende a no hacer nada frente a lo que ocurre.
Desde fuera, parece una postura de indolencia, de pasividad o de indiferencia. Una especie de apatía o de sometimiento. Pero hay un deterioro íntimo y secreto que va erosionando su personalidad.
Otra causa de la indefensión aprendida es la esperanza mágica de que las cosas se van a solucionar por sí mismas, de que algo va a suceder para que el agresor deje de agredir. Es un mecanismo de la víctima de la violencia, física o psicológica, que la exime de la responsabilidad de buscar una solución para algo que aparentemente no la tiene.
Una vez convencida de que su caso no tiene solución, la persona víctima del maltrato, del acoso o de la manipulación psicológica desarrolla mecanismos de defensa para adaptarse a la situación. Entre ellos está el síndrome de renuncia del prisionero, en que la víctima renuncia a sus propios pensamientos, ideas y deseos, para someterse absolutamente a las exigencias de su agresor. Es una especie de autómata que solamente vive para plegarse a los deseos de su captor.
Todo ello es un método, inconsciente y mecánico, de supervivencia, como lo es el síndrome de Estocolmo, que se presenta cuando la víctima percibe una amenaza para su supervivencia física o psicológica, está convencida de que el agresor va a cumplir esa amenaza y se siente incapaz de escapar, pero percibe un atisbo de amabilidad por parte de su agresor y eso la hace volcarse hacia él como hacia su única fuente de supervivencia.
Podemos detectar la violencia psicológica en estos casos, porque existen varios indicadores. La víctima se comporta de la forma siguiente:
Mantiene una relación con su agresor, al que agradece intensamente sus pequeñas amabilidades.
Niega que haya violencia contra ella y, si la admite, la justifica.
Niega que sienta ira o malestar hacia el agresor.
Está siempre dispuesta para tener contento al agresor. intentando averiguar lo que piensa y desea. Así llega a identificarse con él.
Cree que las personas que desean ayudarla están equivocadas y que su agresor tiene la razón.
Siente que el agresor la protege.
Le resulta difícil abandonar al agresor aún después de tener el camino libre.
Tiene miedo a que el agresor regrese por ella aun cuando esté muerto o en la cárcel.
Otro mecanismo de defensa que la víctima puede desarrollar para sobrevivir es el que se llama identificación con el agresor. Este mecanismo se produce en tres etapas:
Sometimiento mental al agresor. Ese sometimiento permite a la víctima averiguar lo que su agresor está pensando en cada momento.
Adivinar los deseos del agresor. Esto permite a la víctima anticiparse a lo que su agresor va a hacer para tratar de ponerse a salvo.
Actuar para salvarse. Ponerse a salvo significa complacer al agresor, no aumentar su ira, sino tratar de aplacarla con esa sumisión que reduce a la víctima a nada para convertirla en parte del agresor.
Pero la identificación con el agresor va más allá de quitarse de en medio, porque lo que trata la víctima es de seducir a su agresor para desarmarle. El niño maltratado desarrolla una sensibilidad y una inteligencia especiales que le permitan evaluar su entorno y sobrevivir. Trata de conocer al agresor "desde dentro", para apaciguarle y desarmarle.
Es posible, incluso, que la víctima llegue a sentir lo que el agresor quiere que sienta o que llegue a sentir lo que siente el mismo agresor y eso incluye hacerse tan sensible a las emociones del verdugo que llegue a sentirlos como propios. Este proceso llega a convertir el miedo en adoración. Es el mecanismo propio de ideologías como el movimiento nazi.
Finalmente, hay que tener en cuenta un mecanismo neurológico que todos tenemos y que se llama habituación. La habituación consiste en que el sistema nervioso deja de responder a un estímulo cuando éste se produce continuamente. Cuando vemos por primera vez una escena de guerra en la televisión, nos produce malestar y angustia.
Pero cuando la misma escena o escenas similares se repiten una y otra vez, deja de producirnos malestar porque nuestro mecanismo de habituación funciona y nuestro cerebro deja de responder.
Este mecanismo desempeña un papel muy importante en la violencia psicológica, porque la víctima llega a aceptar su situación como algo totalmente normal y la incorpora a su vida como una faceta más. El niño que crece en un entorno de malos tratos, palabrotas y violencia, los acepta como otros aceptan un entorno en el que los domingos se come paella en el campo o se visita a los abuelos. Es un hábito.
Las situaciones familiares, sociales, laborales, en que se produce la agresión insospechada pasan de largo para los observadores, porque son tan sutiles o tan habituales que no llaman la atención. En cuanto a la persona que las sufre, ni siquiera llega a considerarse una víctima, sino que se acostumbra a esa situación como a algo normal. Tal sucede, por ejemplo, con las amas de casa que trabajan, además, fuera. Toda la familia entiende que la madre es responsable de la ropa de los demás, de la limpieza de la casa, de la compra, de la comida y de mil detalles. Y lo toman como algo natural, empezando por la propia ama de casa, que sacrifica todos los momentos de su vida para satisfacer las demandas y exigencias de su familia. Los demás se arrogan el derecho a increparla, a exigirle y a verla afanarse sin descanso dentro y fuera del hogar. Es una situación clara de violencia psicológica de género de la que casi nadie toma conciencia.
Concienciar a la víctima
Una vez que se ha detectado un caso de violencia psicológica, lo primero que hay que hacer es concienciar a la víctima para que llegue a darse cuenta de que su situación no es normal ni tiene la culpa ni se lo ha buscado.
De alguna manera, la verdad suele hacerse camino por entre las barreras que levantan los mecanismos de defensa y la víctima puede llegar a asumir su situación siempre y cuando se le asegure que su supervivencia no corre peligro. Los psicodinamismos que la víctima desarrolla para negar su situación tienen el objetivo de proteger su supervivencia y librarla de la angustia.
Por tanto, la única forma de que la víctima llegue a tomar conciencia de lo que le está sucediendo y acepte que su verdugo la está maltratando y que ella se está sometiendo por terror y no por amor o necesidad, es garantizarle de alguna manera que su situación tiene remedio y que la toma de conciencia es el primer paso hacia la liberación. Y que ésta es factible. Porque después de la toma de conciencia, viene el segundo paso que es la identificación del agresor y de la agresión. Y luego el tercero que es la búsqueda de ayuda profesional, tanto psicológica como jurídica. La primera le devolverá la fortaleza que ha perdido y la conducirá de nuevo a la realidad y la segunda la ayudará a denunciar su situación y a defenderse de su agresor.
Un método importante para ayudar a la víctima a tomar conciencia es realizar la segunda lectura del mensaje de la agresión. La agresión es una conducta y, por tanto, ha de tener una finalidad. Si analizamos la conducta de quien agrede, podemos encontrar en ella un mensaje más o menos claro.
Si aprendemos a localizar el mensaje que el agresor quiere comunicar, nos resultará más fácil entenderle y, por tanto, defendernos. El manipulador está recibiendo un beneficio a costa del sometimiento de su víctima, el maltratador está satisfaciendo su necesidad de mostrarse fuerte a costa de la debilidad de su víctima, el acosador está siguiendo una estrategia para que su víctima se anule a sí misma y desaparezca de su camino.
Cuando las víctimas son niños, ancianos o discapacitados
Detectar la violencia psicológica que sufren los niños y los ancianos es bastante más complicado porque suelen ocultarlo por temor a represalias o bien no tienen capacidad de expresión para explicar lo que les sucede.
Pero, en las personas dependientes, como los niños, los discapacitados y los ancianos, la violencia psicológica deja síntomas específicos. Si el maltrato consiste en negligencia, es decir, falta de atención a las necesidades de la víctima, los síntomas pueden ser desnutrición, deshidratación o falta de higiene; si el maltrato consiste en amenazas, burlas o humillaciones, los síntomas son llanto, insomnio, confusión, pasividad o agitación extrema, huida del contacto visual, temor y ansiedad.
Cuando los niños o los ancianos se quejan de los malos tratos que reciben en una institución, siempre hay que investigar. A veces, tanto los unos como los otros se quejan de que no les dan de comer, de que no les quieren o de que les humillan, únicamente para llamar la atención y culpabilizar a los familiares que les han recluido en esa institución.
Hay niños que se quejan de que los tratan mal en el colegio, para que los padres se arrepientan de llevarlos al colegio y los devuelvan al hogar. Hay ancianos que se quejan de que en la residencia no les dan de comer o les dan porquerías, para que su familia se sienta culpable y los lleven a casa, cuando realmente están mucho mejor atendidos que en sus domicilios.
No debemos perder de vista que muchas personas mayores sufren alteraciones de la percepción y pueden entender que les están tratando mal cuando no es así. No es difícil escuchar quejas de ancianos respecto a la comida, cuando no es más que una forma de llamar la atención. Otros se quejan de que no les hacen caso aunque estén bien atendidos, porque lo que pretenden es una atención continua y constante. No olvidemos que muchos ancianos regresan a comportamientos infantiles y eso, muchas veces, determina el que no se haga caso de sus quejas.
Por ello, siempre hay que investigar y, muchas veces, aunque la institución insista en que "son cosas de niños" o "son cosas de viejos", es necesario investigar porque puede ser que el niño o el anciano estén recibiendo malos tratos psicológicos sutiles y difíciles de detectar, y que los responsables del colegio o de la residencia no conozcan la situación.
Conviene saber que el maltratador siempre se defiende haciéndose a su vez la víctima, siempre pone al cielo por testigo de su inocencia y siempre niega lo que está haciendo. Por eso es imprescindible investigar cuando exista la menor sospecha de malos tratos.
Señales claras de maltrato a las que hay que prestar atención, son las siguientes:
Cuando un anciano o un discapacitado verbaliza que está recibiendo malos tratos. Siempre hay que investigar.
Cuando el cuidador del anciano o del discapacitado no permite que se quede a solas con otra persona. Es una forma de aislarle y de impedir que se queje, que pida ayuda o que denuncie su situación y eso puede suceder aunque el cuidador sea un familiar.
Cuando hay sospechas de maltrato, es preciso hacer lo siguiente:
Mantener el contacto con la persona mayor o discapacitada y observar si se aprecian cambios en su comportamiento o en su estado físico.
Denunciar los malos tratos, teniendo siempre en cuenta que existe la posibilidad de que el agresor tome represalias contra la vícticma. También hay que tener en cuenta que un anciano maltratado por alguien de su familia o intimidad no siempre es consciente ni está dispuesto a admitir que esa persona, con quien le unen lazos afectivos, le esté agrediendo psicológicamente.
Hemos mencionado antes el acoso escolar, en el que un cabecilla o incluso un profesor hostigan y maltratan a la víctima que suele se un niño distinto, bien por ser más débil, más listo, más gordo o por cualquier característica que le hace víctima de los otros. El problema es que los niños no lo comunican a su familia por vergüenza y por temor.
No resulta fácil averiguar la existencia de un caso de intimidación, porque la víctima normalmente lo oculta por vergüenza, pero sí hay una sintomatología clara. Cuando un niño o un adolescente rehúsa asistir al colegio o ir al polideportivo o al centro social en que se reúne habitualmente, sin existir motivo aparente alguno, conviene indagar. Si los padres insisten, en lugar de declararlo, finge enfermedades y busca subterfugios. Declararlo es cosa de cobardes, de "niñas" o de "mariquitas".
Pero, aunque las víctimas del acoso escolar suelen sufrir en silencio, hay casi siempre alguna manifestación del malestar en forma de rechazo a ir a la escuela, de cambio en los hábitos alimenticios, insomnio o pesadillas. Lo mejor es que los padres traten de mantener una relación de intimidad y confianza con sus hijos, porque los niños suelen contarlo en primer lugar a sus compañeros, luego a los padres y después a los profesores.
Si hay evidencia de que se esté produciendo un caso de acoso escolar, se aconseja separar, en primer lugar, a la víctima del agresor y, después, trabajar con todas las partes, con un trabajo en grupo y un tratamiento. Pero lo más importante es concienciar a los demás para que no se tolere esta conducta. Si se es padre del agresor hay que ponerse a favor de la víctima. Hay que animar a los espectadores para que no toleren que se repita la situación.
En todo caso, cuando se produce una situación de acoso escolar, hay que saber que existen instituciones encargadas de investigar y ayudar a encontrar una solución.
Está, en primer lugar, el psicólogo o gabinete de apoyo psicológico del colegio; después, el consejo escolar; hay un tutor responsable del estudiante y hay una dirección del colegio.
Cuando el verdugo somos nosotros mismos
Detectar la violencia psicológica que ejercemos nosotros mismos de forma inconsciente no es tarea fácil, precisamente porque la ejercemos sin tomar conciencia de ello.
Pero sí hay forma de saberlo, sobre todo después de leer las líneas anteriores, porque todo cuanto hemos dicho acerca de los signos que detectan el maltrato en la víctima, se puede aplicar a nuestras propias acciones y ver si existen personas de nuestro entorno a las que, sin darnos cuenta, estemos manipulando o agrediendo. No vamos a hablar de acoso porque es siempre consciente y dirigido a una meta también consciente.
La mejor forma de dilucidar si nos estamos comportando con alguien como maltratadores es utilizar toda nuestra capacidad de empatía y toda nuestra humildad, ponernos en el lugar de las personas que nos rodean, cuando exista la menor sospecha de un posible maltrato, y sentir lo que nosostros sentiríamos si nos hicieran lo que nosotros estamos haciendo.
Así podemos ponernos en el lugar de nuestros hijos, de nuestros mayores, de nuestros compañeros o de nuestros familiares y analizar nuestra conducta frente a ellos.
¿Cómo te sentaría que tus padres te dejaran los fines de semana al cuidado de alguien mientras ellos se divertían en una excursión o salían a cenar fuera? ¿Cómo te tomarías los consejos que no has solicitado sobre un asunto que sólo a ti atañe? ¿Qué te parecería si alguien te diera su visto bueno para que pienses como piensas? ¿Te gustaría que tu pareja te dijera cómo tienes que vestirte, que peinarte o que comportarte? ¿Y que te hiciera callar en público cuando tratas de dar tu opinión?
Hay una larga lista de preguntas que podemos plantearnos. A veces somos conscientes de la hostilidad que sentimos hacia una persona, pero no del maltrato que le estamos infligiendo. Sentir hostilidad, rabia, envidia o rencor contra otros es casi siempre irremediable, porque las emociones no se someten al raciocinio. Lo que sí se puede someter al control de la razón son nuestras acciones.
http://mobbingopinion.bpweb.net/artman/publish/article_682.shtml
Ana Martos Rubio
Psicóloga
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